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San Nicolás: el trapito baleado en una comisaría contó los difíciles momentos que vivió

En una entrevista escrita por el periodista Fernando Latrille y publicada en el portal “El Cohete a la Luna”, se dio a conocer el testimonio de Jonatan Paredes, el trapito que recibió un tiro en el ojo por parte de un policía en la Comisaría Primera de San Nicolás. Un caso de violencia policial extrema y que conmovió a la región.

En la fotografía que acompaña a la nota se ve el antes y el después de la agresión -por este hecho, Paredes perdió su ojo izquierdo-, lo que cambió su calidad de vida para siempre.

“¡Rescátense, si no ahora vengo y les meto un tiro!”. La advertencia había llegado de un policía para los injustamente detenidos, alojados en un calabozo de la comisaría primera de San Nicolás, que pateaban la puerta para que los dejen salir. “¡Qué va a dar un tiro!”, fue la respuesta de los detenidos, que seguían pateando y exigiendo que los liberaran. Tres policías se acercaron, uno llevaba una escopeta y vino una nueva advertencia: “Pateás otra vez la puerta y te doy un tiro”. Los policías empezaron a discutir, uno de ellos le explicaba al otro que eso no se podía, pero que era posible dispararles a las piernas. Cuando el detenido Jonatan Paredes pateó nuevamente la puerta, lo último que escuchó fue al oficial de servicio que gritó y disparó a su cabeza. Jonatan Paredes cayó inconsciente. Por el disparo perdió uno de sus ojos.

Jonatan Paredes trabaja en la plaza Mitre de la ciudad de San Nicolás. Su trabajo arranca a las ocho de la noche hasta las dos de la madrugada. Lava autos y cuida coches en ese lugar, habilitado por la municipalidad con un chaleco y un carné, precisa en diálogo con El Cohete a la Luna. El jueves 1 de agosto, había terminado su labor y estaba bebiendo con un compañero cuando fue detenido por la policía porque le pidieron que se retirara del lugar, discutieron, y rápidamente lo esposaron. Fueron trasladados hacia la comisaría primera de la ciudad. A su amigo “lo tenían arrodillado y a los cachetazos” en la dependencia y él se reveló ante la situación. Entre “piñas y patadas”, los llevaron a los calabozos.

Luego ellos decidieron patear. Fueron patadas que le daban a esa puerta del calabozo para que los liberen. Eso alteró a los policías de la dependencia. “Un calabozo para uno, estando los dos ahí, queríamos salir”, dice Paredes, que nunca pensó que la advertencia, esa violencia policial verbal, se haría efectiva.

Los oficiales de la dependencia. “Volvés a patear la reja, y te doy un tiro”, dijo un uniformado. Pero el oficial de servicio reparó: “No, Luna (así recuerda Paredes que fue nombrado el policía que le efectuó el disparo), no está permitido, no se puede. Vos abrile la puerta y le disparas a las piernas”, recomendó. Eso fue lo último que escuchó Jonatan Paredes, porque cayó desplomado.

Paredes despertó en el hospital. Se encontraba en el efector de salud provincial San Felipe de la ciudad. Dos oficiales de la policía pretendían hacerle firmar una declaración que decía que él había ingresado al nosocomio por una riña callejera, motivo por el cual le habían disparado en la calle. La Bonaerense pretendía de esa manera evitar que la verdad trascienda. Lo primero era simular que jamás Paredes había sido detenido, que lo sucedido había sido parte de la rutina del sospechoso, una riña más que terminó con la pérdida de su ojo. La fiscalía especializada en violencia institucional fue la interviniente. Darío Giagnorio, sin tener todavía la declaración de la víctima, dijo ante un medio nicoleño que sobre el policía no se ha tomado ninguna medida.

El fiscal contó en declaraciones periodísticas que “aparentemente había dos pibes de la calle, trapitos, que entraron alcoholizados o drogados en la comisaría. Están siempre haciendo lío en la calle y tienen muchas entradas. Los detuvieron, se resistieron. Empezaron a hacer problemas dentro de los calabozos. Los quisieron trasladar a unos buzones, o sea, celdas chiquitas, para apartarlos del resto. Los metieron ahí adentro, y ellos patearon una puerta”. Giagnorio explicó que “un oficial, con una escopeta de la comisaría, creyendo que tenía un cartucho de estruendo, para aturdirlos, realizó un disparo, y el arma estaba cargada con balas de goma. Salió el tiro y le pegó a uno de los chicos y le produjo una lesión en la cara”. La versión de la sangre azul fue la primera en correr para aminorar el impacto del hecho trágico, como si todo hubiese sido un descuido. Quien escribe consultó al fiscal interviniente y respondió en forma resumida. Al requerirle mayores precisiones, su respuesta no llegó.

La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) bonaerense se presentó como particular damnificado y fue aceptada su intervención en la causa. En su escrito expresan claramente que “los actos investigativos no pueden ser delegados por el representante del Ministerio Público Fiscal, debe ponerse en conocimiento a la Auditoría de Asuntos Internos del Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, adoptarse las medidas urgentes previstas en el art. 251 bis del C.P.P. con estricto apego a los extremos objetivos allí enunciados y principalmente apartarse de todo acto de investigación a agentes pertenecientes a la fuerza de seguridad a la que pertenece él o los imputados”. Su presencia es una garantía ante tanta anomalía en este caso que se intentó ocultar y que luego, cuando se dio a conocer, se ignoró la versión real.

Jonatan Paredes estuvo detenido siete años por robo calificado. Pagó por ello, intenta hacer las cosas bien para encausar su vida, cuenta su mamá. Suele beber alcohol y eso lo hace un sospechoso fácil en el lugar donde se desenvuelve, pleno centro de la ciudad, ante cualquiera que lo ve y denuncia porque ese joven de 35 años en ebriedad, descompagina. La policía tiene el mandato de poner orden y quitar de la vista todo aquello que no encaje en ese deber ser. Paredes cuida su lugar de trabajo y a veces cuidarlo significa exponerse físicamente. Esas riñas callejeras le han causado tener entradas en dependencias policiales de la ciudad. Su trabajo goza de la simpatía de los locales de comida del lugar, que le proveen la cena.

Mientras estaba en el hospital San Felipe, cuando dos policías pretendían hacerle firmar que sus heridas y su ingreso al efector de salud obedecía a una riña callejera, Paredes se negó rotundamente. Antes preguntó si estaba en libertad, si estaba a cargo de algún juzgado y los uniformados respondieron que no. “Entonces yo no te voy a firmar nada. Si tengo que firmar algo que venga un abogado, porque mirá lo que yo tengo”. Jonatan sabía que había sufrido una lesión, pero aún no sabía que había perdido la visión de su ojo izquierdo. Al mirarse en el espejo del baño, se volvió a desmayar y una enfermera lo asistió. Pidieron desde el hospital una derivación a un centro oftalmológico. Nadie quería hacerse cargo de su traslado. Se hizo cargo Pergamino a los dos días.

La familia de Jonatan Paredes no estaba enterada de su situación de manera oficial. Trascendidos de conocidos por las redes y su hermano, que trabaja también en la plaza Mitre, sabía de su ausencia de días. Recién mientras estaba en el hospital oftalmológico Santa Lucía de la ciudad de Buenos Aires, su madre se ocupó de hacer la denuncia. En ese nosocomio le notificaron la pérdida total de su ojo. La escopeta 12/70 con posta de goma que fue con la que el policía Luna disparó contra el rostro de Jonatan le terminó ocasionando una herida en su frente del lado izquierdo que debió ser suturada con ocho puntos. Sobre la pérdida de su ojo, explica: “Lo tengo cerrado y limpiándomelo todo el día”. Su deseo es que esto no siga pasando.

La policía bonaerense sigue en la práctica siendo una calamidad. No es problema de su formación teórica, donde se los instruye en derechos humanos. Su accionar práctico la deteriora desde el vamos. Una aspirante a policía que hacía su práctica en la Vucetich, sede Pergamino, comentaba a quien escribe que la hacían duchar con agua fría, pasar hambre mientras sus superiores comían frente a ellos, supuestamente para fortalecer su temple, su carácter. Esa práctica torturante para aspirantes, que según sus mandantes son cruciales para su formación, hacen que ese trato cruel luego lo multipliquen hacia quienes, supuestamente, tienen que cuidar o atender. La Bonaerense, su formación, su preparación, es una deuda todavía no resuelta de la democracia.

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